domingo, 7 de noviembre de 2021

ORLANDO ENRIQUE COSTAS

  

ORLANDO ENRIQUE COSTAS

(El hombre que se convirtió tres veces)[1]

 


 

Floriano Ramos Esponda

Teología en América Latina

SETECA

1997

 

Lo único que puede hacerse de Orlando Costas en la actualidad, es leerlo y aprender de él.  Por la voluntad y el designio divino su peregrinar por este mundo fue relativamente corto: sólo vivió 45 años.  Sin embargo, su vida fue un constante derramamiento de bendiciones para quienes tuvieron la dicha de conocerlo, y aún para quienes tenemos la bendición de leerlo.

 

Como incipiente teólogo que soy, y debido a mi contexto latinoamericano, he sido grandemente bendecido, pero más que todo desafiado por la vida y ministerio de este teólogo, misionólogo y predicador puertorriqueño.

 

Como no puede separarse la obra de alguien de su persona, primero veremos algunos datos biográficos de Orlando E. Costas, y luego su obra, pensamiento y legado.

 

Datos biográficos

Orlando Enrique Costas vio la luz en Ponce, Puerto Rico el 15 de junio de 1942, siendo el primero y único hijo varón de una familia piadosa de cinco hijos.  Habiendo recibido de sus padres una sana educación cristiana y un sólido ejemplo moral, fue presentado a los 40 días y bautizado en la Primera Iglesia Metodista de su ciudad natal.

 

A los doce años sigue a su padre como inmigrante a los Estados Unidos.  Por motivos de trabajo, su padre se instala en Chicago, mientras él tiene que radicar con unos tíos en Bronx, Nueva York.  La experiencia intercultural y el ambiente interétnico conflictivo, produjeron un choque psico-cultural que dejaría cicatrices permanentes en su vida.

Sus padres se establecieron en Bridgeport, Connecticut, donde él los alcanzó en 1954.  Allí estudió junto a sus hermanas, pero también desarrolló un fuerte sentimiento de vergüenza, desprecio y odio hacia todo lo que representaba ser hispano.  Su conducta rayó en lo que los sociólogos norteamericanos llaman “delincuencia juvenil”.  Desde el inicio, y paralelamente a lo anterior, su familia empezó a reunirse en la Misión Evangélica Hispana.  Sin embargo, el tiempo comprendido entre los doce y los quince años de edad, vio cómo la conducta del joven Orlando se iba volviendo más y más rebelde.

 

Los demás datos de su vida, como estudios, ministerio y pensamiento, se tocarán en la medida que veamos cada una de sus tres conversiones.

 

Tres conversiones

 

Su primera conversión fue a Cristo, cuando lo recibió como su Salvador.  Esto ocurrió en junio de 1957, al asistir a una Cruzada de Billy Graham en el Madison Square Garden de Nueva York.  Allí comenzó su largo peregrinaje espiritual y su itinerario teológico.  Desde entonces tuvo una pasión por entender el significado de la fe, su fundamento, meta y misión, así como la manera más concreta y eficaz de explorarla en su situación vital.  En esa experiencia del Madison Square Garden tuvo que reconocer que la fe no es una herencia familiar recibida de los padres, ni mucho menos un cúmulo de datos acerca de Jesús aprendido en la Escuela Dominical.

 

Su segunda conversión fue cultural, y producida por su experiencia en Yauco.  Allí entró en el camino de la liberación social y cultural.  Habiendo estudiado en la Academia Bob Jones, fue confrontado con una subcultura anglosajona racista y triunfalista.  Debido al fundamentalismo de tal institución, se hizo enemigo tanto de los liberales como de los neoevangélicos.  Toda esa configuración cultural lo llevó a que se preguntara si había lugar para un hispanoamericano en ese mundo.  

 

Estudiando en esa academia descubrió a la América Latina a través del roce con estudiantes latinoamericanos de esa institución.  Aquella experiencia despertó en él un amor apasionado por las tierras al sur del Río Bravo y permitió el redescubrimiento de su identidad latinoamericana escondida.  También sus estudios le dieron una gran pasión evangelística por el pueblo hispanoamericano y un profundo interés por la predicación expositiva.

 

Habiéndose casado con Rosie Feliciano, viajaron a Puerto Rico a celebrar campañas evangelísticas, y allí sintió la necesidad de tener un vínculo eclesiástico más grande que el que tenía.  Entró a trabajar con la Convención Bautista de Puerto Rico, pastoreando la Iglesia Bautista de Yauco, a la vez que estudiaba historia y política latinoamericana en una universidad de aquel país.  Fue allí donde comenzó a cuestionar la hegemonía política de los EE. UU. en América Latina y a hacer una ruptura consciente con la cultura anglosajona.  Llegó al reconocimiento de que tanto su país como el resto de América Latina habían sido víctimas de la opresión política y la explotación económica de los EE. UU.  Sobre todo, llegó a concluir que no era culturalmente un anglonorteamericano, ni jamás podría serlo, ni quería intentarlo, ya que él tenía una herencia cultural muy rica que aceptó con orgullo y satisfacción.

 

Su ministerio en Milwaukee lo llevó a experimentar su tercera conversión, la cual fue de carácter sociopolítico.  Después de su estancia en la Isla de Puerto Rico, regresó a los Estados Unidos a estudiar en la Trinity Evangelical Divinity School en Deerfield, Illinois, luego en Garret Theological Seminary en Evanston y en la Winona Lake School of Theology en Indiana.  Para sostener a su familia aceptó el pastorado en la Iglesia Evangélica Bautista de Milwaukee, donde fue llamado por los representantes de la comunidad hispana a ser su delegado en la Comisión de Desarrollo Social del condado.  Allí llegó a la conclusión de que la razón por la cual la comunidad hispana no estaba recibiendo los beneficios sociales que le correspondían era su falta de organización política.  Así que se involucró en la organización política de la comunidad, ayudando a formar la Unión Latinoamericana de Derechos Civiles.

 

Sin embargo, su práxis política nunca suplantó su identidad pastoral y cristiana.  Antes bien, lo llevó a reflexionar críticamente sobre su ministerio y la naturaleza de la misión de la iglesia, lo que le permitió descubrir el mundo de los pobres y oprimidos como referencia fundamental del evangelio.  Allí llegó a percibir que el objeto de la misión no era la comunidad de fe, sino el mundo en su complejidad y concreción, y que una de sus principales responsabilidades pastorales era movilizar a la iglesia para una práxis liberadora integral.

 

Estas tres conversiones marcaron el rumbo de su vida y su ministerio tanto pastoral, docente como literario.  Su itinerario teológico es la historia de su peregrinaje espiritual.  Se ve reflejada una crisis continua de identidad y una lucha incansable por dar coherencia a la realidad de pertenecer a dos mundos prácticamente opuestos.

 

Producción literaria

Su producción literaria fue muy vasta, tomando en cuenta lo corta que fue su vida. Escribió quince libros: tres fueron de temas teológicos; tres de comunicación y predicación; cuatro sobre misiones, y cinco sobre la evangelización.  Contribuyó en veintisiete libros como coautor o escribiendo cierto (s) capítulo (s) del total.  Escribió setenta y ocho artículos, ponencias o reseñas en diversos órganos de publicación cristiana.

 

Leer a Orlando E. Costas es leer teología hecha en el camino, en permanente búsqueda de coherencia entre la fe y la vida, siempre en guardia contra las respuestas fáciles, perennemente consciente de los desafíos de la situación histórica.

 

Su primer libro, La Iglesia y su misión evangelizadora (Editorial La Aurora, Buenos Aires, 1971) refleja claramente su honda preocupación por la misión integral de la Iglesia, que luego caracterizaría toda su obra.  Su último libro, Evangelización contextual: fundamentos teológicos y pastorales, (SEBILA, San José, 1986), no por mera coincidencia, recorre los mismos caminos que el primero.  A lo largo de los años no perdió de vista la misión evangelizadora tanto en su dimensión bíblico-teológica como en su dimensión histórico-contextual.

 

Durante su primer período de servicio en Costa Rica (1970-1974) en que ejerce la docencia y la decanatura en el Seminario Bíblico Latinoamericano, y funge como secretario de estudios de Evangelismo a Fondo y luego como director del Centro Evangélico Latinoamericano de Estudios Pastorales, prosigue con la producción de su fecunda pluma.  

Fruto de esa estancia son Hacia una teología de la evangelización (Editorial La Aurora, 1973), escrito junto con varios profesores del SEBILA; ¿Qué significa evangelizar hoy?(Publicaciones INDEF, San José, 1973), en el cual por primera vez se plantea preguntas procedentes de la teología de la liberación; Comunicación por medio de la predicación(Editorial Caribe, Miami, 1973), texto de homilética ampliamente usado en instituciones teológicas latinoamericanas; El protestantismo en América Latina (Publicaciones INDEF, San José, 1975), colección de cinco ensayos del camino escritos entre 1972 y 1974, los cuales destacan la búsqueda de identidad evangélica en la situación latinoamericana.

 

Su primer libro publicado en inglés, The Church and Its Mission: A Shattering Critique from the Third World (Tyndale House Publishers, Wheaton and Coverdale House Publishers, Londres, 1974), es una reflexión misionológica.  En esta obra, de más de 300 páginas, Costas dialoga con pensadores norteamericanos, europeos y latinoamericanos, y hace oír su voz planteando el desafío de encarar la misión desde la perspectiva del Reino de Dios.

 

De 1974 a 1976, mientras estudiaba su doctorado en la Universidad Libre de Amsterdam, Costas escribe su obra de mayor envergadura, a saber: Theology of the Crossroads in Contemporary Latin America (Editions Rodopi, Amsterdam, 1976).  Este es un meticuloso estudio de una “teología en la encrucijada”: la misionología del protestantismo histórico en América Latina (representado por ISAL, UNELAM, CELADEC e iglesias como la Metodista en Bolivia y la Luterana en Brasil).

 

En su segundo período en Costa Rica (1976-1980) funge como director del CELEP y es entonces cuando vive lo que posteriormente considerará una de las épocas más creativas de su peregrinaje teológico.  Allí escribe Compromiso y Misión (Editorial Caribe, Miami, 1979), una verdadera joya de la misionología latinoamericana escrita en lenguaje popular.

 

Comenzando la década de los ochenta, Costas regresa a los Estados Unidos con el ánimo de aportar al entendimiento de la misión desde la minoría hispana en ese país. Allí ocupó la docencia en el Seminario Teológico Bautista del Este en Filadelfia (1980-1985) y a la vez publicó en inglés la obra que mejor refleja ese propósito: Christ Outside the Gate: Mission Beyond Christendom (Orbis Books, Maryknoll, N.Y., 1982). En 1985 es nombrado decano y profesor del Seminario Teológico Andover-Newton, y al año siguiente publica su última obra, concluyendo así una década y media de una labor teológica sorprendentemente fructífera.

 

Pensamiento

 

Habiendo surgido de un contexto lucha en Puerto Rico y Nueva York, y de una minoría arrinconada fuera de la ciudad, llegó a escalar peldaño por peldaño hasta llegar a ser un auténtico líder de las masas oprimidas.  El había salido de su pueblo y había conquistado espacio en el mundo blanco.  Supo moverse en el mundo blanco racista y hacerse de amigos.  El supo tomar el poder y ser poder.

 

Antaño fue fundamentalista, pero maduró, creció y llegó a ser el auténtico hombre de Dios que dejó huella.  Él mismo dijo: “Llegué a reconocer que la misión cristiana tenía no sólo dimensiones personales, espirituales y culturales, sino también sociales, económicas y políticas”.

 

Su misionología fue contextualizada en gran manera.  Llegó a decir que “la nueva frontera misional está en el valle de la miseria y el sufrimiento humano”.  En Puerto Rico pudo entender que el Hijo de Dios no sólo tenía una identidad judía (Jesús de Nazareth) sino puertorriqueña y latinoamericana (el Cristo de la América morena).


En su artículo “La teología evangélica en el mundo de los dos tercios”,[1] sustenta la tesis de que “aunque los evangélicos alrededor del mundo tienen una herencia común, sus expresiones teológicas no son de ningún modo homogéneas”.  “No se puede negar -sigue diciendo- la fuerte influencia y las presiones ejercidas por el ‘evangelicalismo’ euroamericano por medio del movimiento misionero, la literatura, los medios de comunicación social y las instituciones teológicas.  A pesar de esta realidad, parece que en el Mundo de los Dos Tercios se está desarrollando una teología que responde a preguntas generalmente ignoradas por los teólogos oficiales evangélicos en Euroamérica, emplea una metodología diferente y llega a conclusiones diferentes”. 

 

            El énfasis en el contenido del evangelio y la enseñanza del texto bíblico más que en cuestiones formales de autoridad y los presupuestos filosóficos que están por detrás de una doctrina de inspiración particular está liberando a la teología evangélica en el Mundo de los Dos Tercios para emplear una hermenéutica contextual que toma como modelo el método de transposición usado a lo largo de todo el Nuevo Testamento.  Esto también explica por qué los evangélicos en el Mundo de los Dos Tercios están más dispuestos que la mayoría de los teólogos del Mundo del Un Tercio a luchar con problemas de pluralismo religioso y opresión social, económica y política.[2]

 

Costas termina este artículo con un pensamiento que bien podría aplicarse no sólo a la teología, sino también a la manera en que él veía la predicación evangélica, cuando dice.  

 

            Sin embargo, sostengo que la prueba final de cualquier discurso teológico no es su precisión académica sino su poder transformador.  La cuestión es si la teología puede o no articular la fe de tal modo que no sea sólo sólida intelectualmente sino también capaz de comunicar la energía espiritual necesaria para lograr que el pueblo de Dios sea transformado en su camino a la vida y se comprometa con la misión de Dios en el mundo.  Como el apóstol Pablo recordó a la iglesia de Corinto hace muchos años, “el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder (1 Co. 4:20).

 

En un Mundo como el de los Dos Tercios, donde el pentecostalismo es la parte más dominante dentro del evangelicalismo latinoamericano, Costas dice lo siguiente respecto a la vida en el Espíritu, lo cual es más profundo que un simple emocionalismo superficial y epidérmico.  Él divide la vida en el Espíritu en tres dimensiones: discipulado, diálogo y discernimiento.[3]

 

            Vivir en el Espíritu de Cristo en el Mundo de los Dos Tercios hoy en día significa correr el riesgo de ser perseguido, vejado y asesinado.  Ya sea en países como Nepal, donde ser un creyente confesante lleva a no ser considerado como persona, a no tener identidad reconocida ni derecho alguno; o en Corea del Sur, Africa del Sur o América del Sur, donde los líderes cristianos que se han identificado con el sufrimiento de los miles de personas a quienes se les niegan sus derechos humanos básicos, han pagado esa actitud con el encarcelamiento, el exilio o simplemente la muerte.  El discipulado en esas tierras es una empresa difícil, riesgosa y de gran costo.

 

            La vida en el Espíritu no es sólo un seguimiento costoso sino también un caminar con actitud de apertura hacia los demás.  Los creyentes han sido liberados para vivir para otros.  Esto significa vivir como parte de la comunidad humana compartiendo sus luchas, temores y anhelos.  En una gran medida implica estar abierto al diálogo con gente de otras tradiciones religiosas.

 

            Sin embargo, la vida en el Espíritu no sólo involucra un caminar en actitud de apertura y diálogo con gente de buena voluntad de otras tradiciones religiosas en cualquier parte, sino que también requiere discernimiento espiritual.  En el contexto del diálogo interreligioso esto significa, por lo menos, que debemos evaluar todas las verdades religiosas a la luz de la revelación que hemos recibido en Cristo.

 

Por último, en lo que respecta a su pensamiento, diremos que su evangelio no era sectario, ni provinciano, sino del Reino de Dios.  Sobre esto escribió.

 

            Si hubo alguna vez un período de la historia y un espacio planetario en que el compañerismo fue especialmente necesario se trata seguramente de nuestro tiempo y lugar.  Vivimos en una época en que la Iglesia cristiana se ha convertido en un microcosmos del mundo, una realidad multicultural compleja con un potencial enorme para la misión redentora del Reino de Dios y, sin embargo, parece que somos incapaces de aprovechar esos recursos.

            No se permiten emprendedores individualistas en la obra del reino.  El reino pertenece a Dios y Dios es el trabajador por excelencia.  Cualquiera que desee hacer una contribución al trabajo del reino debe hacerlo como compañero de Dios.

            La crisis de la Iglesia contemporánea puede explicarse como una crisis de aislamiento e individualismo.  Nos hemos convertido en una Iglesia de aventureros solitarios y emprendedores individualistas donde cada uno hace lo suyo.  Hemos perdido de vista el hecho de que el trabajo no es nuestro en manera alguna, sino de Dios.

            El éxito en una sociedad de consumo significa muy poco, porque se evapora tan pronto como surge.  Sólo el trabajo que se hace como compañeros de Dios tiene la posibilidad de permanencia y continuidad.[4]

 

 

Legado

 

Fue un personaje tan singular que las personas que lo trataron y ministraron junto a él, afectados positivamente por su persona y obra, opinan de él lo siguiente.  Plutarco Bonilla dice:

            “El nombre de Orlando Costas siempre estuvo ligado a la predicación y a la evangelización.  Era un gran contador de chistes.  Su calidad humana era excepcional.  Amó la vida y la vivió con pasión.”  Vehemente en sus convicciones, intransigente ante cualquier atentado contra la integridad del evangelio. De gran capacidad para infundir ánimo a otros.  De gran sensibilidad pastoral.  Fue insaciable en sus anhelos de superación y perfeccionamiento.  Su evangelio no era sectario ni provinciano; su evangelio era el de Jesucristo y del Reino de Dios.  Bonilla resume la personalidad de Costas como: “Un hombre polémico, pensador insigne, misionólogo destacado, escritor incansable, conferencista buscado, evangelista de corazón, esposo amoroso y padre ejemplar”.[5]

 

Guillermo Cook opina:

            Costas fue un elocuente evangelista, tenor excepcional, excelente pianista.  Fue un activista incansable que motivó a su congregación en Wisconsin a un programa integral de evangelización en la que la acción social y la defensa de los derechos de los negros e hispanos ocupaban un lugar importante.  Fue un teólogo que predicaba y un predicador que teologizaba.[6]

 

George Peck añade: “Era visionario, administrador, educador, profesor.  Tuvo una legendaria de relación con las iglesias alrededor del mundo”.[7]  Rolando Gutiérrez Cortés lo definió como una “amistad entrañable y diáfana, siempre generosa y dispuesta a ofrecerse en favor de los otros”.[8]  Costas sentía al mundo su parroquia, y con coraje indómito luchaba con sentimiento febril porque la mujer fuera tomada en cuenta en las labores del reino.[9]

El mayor legado de Orlando Costas, sin duda, fue su labor enfocada en las poblaciones de latinoamericanos radicados en los Estados Unidos o nacidos allí.  Acerca de esto Luis Cortés comenta.

 

            Orlando Costas tenía una gran preocupación pastoral por la segunda y la tercera generaciones latinoamericanas en los Estados Unidos.  En Puerto Rico vivió en una situación neocolonial; en Milwakee tuvo que encarar el racismo norteamericano; en Costa Rica, donde trabajó como misionero, tuvo que aprender lo que significa ser extranjero.  Las tres experiencias lo prepararon para su pastoral al pueblo latinoamericano en los Estados Unidos.

 

            En los últimos años Orlando dedicó mucho tiempo a forjar “una nueva pastoral para una nueva generación”.  Ingresó al Seminario Teológico Bautista del Este en Filadelfia, para evangelizar, discipular y desarrollar a generaciones que están en la periferia de la realidad histórica de dos culturas, la latina y la anglo-norteamericana.

            Orlando llegó posteriormente al Seminario Teológico Andover-Newton, en Masachusets.  Su visión allí era formar jóvenes hispanos capaces de producir una teología que interprete el evangelio para las nuevas generaciones evangélicas y desafíe a las estructuras denominacionales que controlan mucho del trabajo pastoral de los Estados Unidos.[10]

 

Muerte

 

Aún en su muerte Orlando Costas fue un modelo para quienes lo conocieron y para quienes lo hemos leído.  El diagnóstico de cáncer le fue comunicado estando él en Jerusalén por causa de un año sabático dentro de sus labores ministeriales.

En abril del mismo año de su muerte fue notificado de la fatal enfermedad.  Sin embargo, enfrentó ésta como otro proyecto de la vida.  Como león, determinado, enfrentó la enfermedad y luchó por vivir.  Su anhelo de toda la vida era ser orador en las conferencias de la Convención de Iglesias Bautistas Americanas, y su sueño se vio realizado cuando en la última Asamblea Bienal Bautista de tal Convención fue el orador inaugural.


“El mensaje de la cruz” (la vida y esperanza que se alcanzan por medio del sufrimiento y la muerte), fue el libro que escribió estando consciente de que su propia muerte era un hecho.  En él resume su pensamiento, su motivación y su misión.


Orlando Costas hizo este comentario varias veces: “Una cosa es hablar de la muerte, y otra muy diferente enfrentarla como una realidad”
Estando en su lecho de enfermo, Orlando Costas recibió de su amigo Rolando Gutiérrez Cortés el siguiente poema.

 

LA CALMA

Dame, Señor, pureza en cada pensamiento

y convierte mi mente en fuente de bondad.

Tu verdad sea mi cielo.  Tu Espíritu, mi aliento.

Tu palabra, nutriente de mi necesidad.

 

Tu santidad sea savia de mi naturaleza

y sea tu mansedumbre mi espíritu de luz.

Vence mi torpe trato y tu delicadeza

puede vencer mi orgullo postrado ante tu cruz.

 

Concédeme victoria sobre mi angustia insana.

Dame la paz bendita que todos puedan ver.

Que la fuente de vida que de tu herida mana

me dé el mirar la gloria de un nuevo amanecer.

 

Con tu clemencia auxiliar mi paso vacilante

cuando infirme vacile a mi hermano sostener.

Mantén mi vista clara con tu visión radiante

y fiel hasta la muerte, leal te pueda ser.

 

Y Orlando Costas lo hizo.  Fue fiel a su Señor hasta la muerte.  Partió a las mansiones celestiales el 5 de noviembre de 1987, pasando sus últimos días en compañía de su esposa Rosie y de su íntimo y fiel amigo hasta la muerte Henry Brooks.  Finalmente, fue sepultado en el Cementerio de Milford en Connecticut, ante más de trescientas personas congregadas allí.

 

 

Conclusión

 

Cuando se escriba la historia de la misionología evangélica latinoamericana, si algún día se escribe, dice R. Padilla, el nombre de Orlando E. Costas ocupará el lugar más prominente, por lo menos en lo que atañe a los años que van desde 1971 hasta 1987.[11]Con su fallecimiento, el día 5 de noviembre de 1987, la misionología contemporánea perdió uno de sus grandes valores.

 

Su vida fue como una estrella fugaz en el firmamento de la iglesia evangélica latinoamericana y de los hispanos residentes en el gigante del norte, los Estados Unidos.  Pero su paso dejó una estela que aún hoy, a diez años de su muerte, sigue siendo eficaz y pertinente.

 

El ministerio de Orlando Costas fue de bendición a miles de personas pero especialmente a un pueblo que no tenía cohesión (y probablemente aún no la tiene) y que existe al margen de la sociedad en el país más poderoso del mundo.  Ese pueblo da gracias a Dios por el siervo que no se olvidó de sus hijos.

 

Digno ejemplo de imitar es el de Orlando E. Costas.  Los líderes del cristianismo evangélico de hoy debemos estar completamente comprometidos con el Señor y su Reino, antes que a la denominación, pero también con la gente a la cual ministramos. Dicha gente está compuesta no solamente por los de nuestra iglesia local, sino también los de nuestro país y los de América Latina, y en última instancia los de países en desarrollo, o como lo diría Orlando E. Costas, los originarios de países del “Mundo de los Dos Tercios”.

 

Coincido con Sergio Franco, cuando dice “si la vida no se mide por longitud sino por su propósito, la de Orlando E. Costas fue plena”.[12]

 



 

[1]Olando E. Costas,La teología evangélica en el mundo de los dos tercios, Boletín Teológico, Fraternidad Teológica Latinoamericana, No. 28, Año 19, Diciembre de 1987. Págs. 201, 202, 213.

[2]Ibid.

[3]Orlando E. Costas, La vida en el Espíritu, Boletín Teológico, Fraternidad Teológica Latinoamericana, Año 18, No. 21, 22, Junio de 1986.  Págs. 7-24.

[4]Orlando E. Costas, Crezcamos en el Espíritu, Boletín Teológico, Fraternidad Teológica Latinoamericana, No. 28, Año 19, Diciembre 1987.  Págs. 219-229.

[5]Plutarco Bonilla, ¡Adios, amigo y compañero!, Pastoralia, Año 10, Nm. 20 y 21.  Julio-Diciembre, 1988.  Págs. 4-8.

[6]Guillermo Cook, Orlando Costas: recuerdo de una hermosa amistad, Pastoralia, Año 10, Nm. 20 y 21.  Julio-Diciembre, 1988. Págs.  20-26.

[7]George Peck,  Orlando Costas: en memoria y gratitud,  Pastoralia, Año 10, Nm. 20 y 21.  Julio-Diciembre, 1988.  Págs. 27-31.

[8]Rolando Gutiérrez Cortés, Tributos a Orlando E. Costas, Boletín Teológico de la Fraternidad Teológica Latinoamericana, No. 28, Año 19, Diciembre de 1987.  Pág. 231.

[9]Ibid.

[10]Luis Costés, Tributos a Orlando E. Costas, Op. cit. Pág. 233. 234.

[11]C. René Padilla, El legado de Orlando E. Costas, Editorial de Misión, Marzo de 1988, Vol. 7, No. 1. Pág. 5.

[12]Sergio Franco, Tributos a Orlando Costas, Boletín Teológico, Fraternidad Teológica Latinoamericana, No. 28, Año 19, Diciembre 1987. Pág. 237.

 

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